Es socialmente aceptado decir que viajamos a través de los sentidos, pero el 80% de mis viajes los vivo a través de mi estómago, un cicerone tirano que me lleva a planear un viaje siempre desde el aspecto gastronómico. Así que planeo al milímetro donde comer, y lo demás me gusta descubrirlo poco a poco, como por accidente con muy pocas ideas preconcebidas en la medida de lo posible.
Santa María del Naranco.
Excepto en Oviedo. En esta ciudad la comida quedó relegada a un segundo plano para darle el más absoluto protagonismo a las faldas del monte Naranco y sus joyas arquitectónicas particulares, Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo. Edificios que tuve el placer de conocer en la facultad de arquitectura, pero a los que ninguna descripción, análisis o foto les hacen la más mínima justicia. La magia de estos monumentos no solo radica en su antigüedad, sino también en la forma que sus creadores doblegaron la piedra de tal manera y con tal agilidad y poesía que más que muros que forman espacios, estos monumentos están hechos de lienzos sutilmente trabajados que se transforman bajo la luz para revelar delicados detalles e intricadas historias. Se sabe que la fuerza del pre-románico y el románico radica en la forma como se transmite un mensaje de fe a través de los edificios, y tal es el poder de este par de monumentos que a esta atea de convicción la llevaron a las lágrimas.
San Miguel de Lillo.
No quisiera entrar en más detalles porque considero que la única forma de experimentar la grandiosidad de Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo es ir a verlos, a recorrerlos y en justa medida y muy responsablemente, tocarlos. Y por favor no se pierdan de las maravillosas vistas que enmarcan los arcos de Santa María del Naranco, que aunque se vean mancilladas por la presencia de algún mastodonte de Calatrava, te muestran cuán espectacular y sobrecogedor es el paisaje asturiano.
Pero la parte gastronómica no se quedó atrás, así como descubrí el marmitako, también quedé sobrecogida por el tamaño, sabor y textura del cachopo, un plato que bien podría ser una afrenta a las buenas costumbres y la salud en general si no fuera absolutamente delicioso. Aconsejo comerlo en el Restaurante El Fartuquín al final de la calle del Carpio, un lugar en el que no solo quieren alimentarte a traición, pero también alcoholizarte con Sidra al mejor estilo asturiano. Si sobrevives a la explosión sensorial que supone comerse un cachopo, hay que rematar la faena en la Pastelería Rialto probando ese gran invento que son las moscovitas y los carbayones.
En resumen mi viaje a Oviedo fue uno de esos viajes que al volver a casa te hace sentir incompleta, con la ligera molestia de haber dejado muchas cosas atrás y con la certidumbre de que volverás, así sea solo para experimentar nuevamente la muerte por cachopo.
Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo Laderas del Monte Naranco aproximadamente a 3 kilometros del centro de Oviedo. Lineas A2/subida y A1/bajada.
Restaurante El Fartuquín Calle del Carpio 19 o Calle de Oscura 20. Oviedo
Pasteleria Rialto. Calle de San Francisco 12, Oviedo.
Juana es arquitecta, colombiana. Cree en la constante búsqueda estética de lo que le rodea, cree en la observancia del entorno como forma de entender la arquitectura y la ciudad y el mundo, cree en los viajeros irreverentes detractores de convencionalismos y es partidaria de la iconoclastia. Cree en hablar cuántas lenguas quepan en la cabeza, cree en escribir y leer como método liberador. Cree en la curiosidad y la creatividad y en nunca dejar de aprender.
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